Anexo: La Sopa de Piedras

Había una vez un país que acababa de terminar una terrible guerra. y como imaginarán, el resultado era enfermedad, dolor, rencor, egoísmo, pobreza (pues los campos no podían ser sembrados al haber quedado destruidos), etc. y por supuesto… mucha hambre.

A este país llegó un soldado en estado lamentable: agotado, harapiento y muerto de hambre. Llamó a la puerta de una casa y pidió a la dueña que le diese algo de comer. La mujer, muy sorprendida, le dijo exaltada que cómo se atrevía a pedir comida en un país destrozado y, tratándolo de loco, lo echó a empujones.

El pobre forastero visitó, así, muchas casas, pero en cada una de ellas sólo consiguió recibir igual o peor trato.

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No dándose por vencido, siguió buscando por todo el pueblo. Caminó y caminó hasta que llegó a las cercanías de un pozo en donde varias muchachas se encontraban lavando ropa.

Entonces les dijo: “Chicas ¿Han probado alguna vez la deliciosa sopa de piedras?” Esta pregunta provocó la burla de las doncellas. Sin embargo una de ellas, quizás por seguir el juego del supuesto loco, le contestó: “¿Necesitas ayuda para preparar tu manjar?”

El soldado de inmediato pidió una olla bien grande, un puñado de piedras, agua y leña para hacer el fuego. Cuando el agua hubo hervido colocó las piedras dentro de la olla. Mientras tanto los curiosos empezaban a aglomerarse para no perderse la diversión.

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Transcurridos varios minutos, la gente impaciente empezó a preguntar si podían probar la sopa. El extraño probó la sopa y dijo que estaba muy buena pero que le faltaba un poquito de sal.

No faltó quien, presuroso, trajera un poco de sal de su casa. Luego de echarla, el “cocinero” volvió a probar y dijo: “¡está riquísima! Pero le hace falta un poco de tomate”. Un hombre se apresuró a traerlos.

Del mismo modo procedió el visitante logrando muy pronto conseguir papas, yucas, arroz y hasta un poco de carne.

Cuando la olla estuvo llena, el soldado la probó y dijo con gran entusiasmo: “Mmmm… es la mejor sopa de piedras que he preparado en toda mi vida. ¡Llamen rápido a toda la gente para que venga a probarla! ¡Alcanza para todos! ¡Que traigan platos y cucharas!

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Cuando todos hubieron comido hasta saciar el hambre, el extraño desconocido les dijo: “Es cierto que los alimentos están muy escasos. Pero, si juntos hacemos las cosas, podremos superar este terrible y difícil momento”.

La gente del pueblo, por cierto muy avergonzada por el trato dado al viajero cuando llamó a sus puertas, aprendió, gracias al “cocinero” y su sopa de piedras, a compartir lo que tenían.

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