Anexo 1:
Una de las vecinas ha comentado al padre de María que en la institución educativa de su hija hay un problema de drogas y le ha recomendado hablar con ella. El padre le pide a María que lo acompañe a llevar las ovejas al corral. Allí, ella y su padre conversan lo siguiente:
Papá: La comadre me ha dicho que en el colegio hay problemas, que algunos jóvenes se drogan.
María: No sé por qué ellos usan eso.
Papá: Parece que no te interesa probar drogas.
María: En el colegio nos han hablado sobre los peligros de usarlas, creo que nunca trataría de probarlas.
Papá: Pero, María, algún día tus amigos intentarán que lo hagas y quizá no puedas negarte.
María: Bueno, papá, ¿qué harías tú si tus amigos te pidieran que lo hicieras?
Papá: Yo les diría “No, gracias”, todas las veces que fuera necesario, como un loro.
María: No es tan fácil, son mis amigos.
Papá: A ver, vamos a actuar como si yo fuera uno de tus amigos y te encontrara en la feria dominical. Supongamos que me acerco y te digo: “María, ¿por qué no pruebas uno de estos?”. ¿Qué dirías?
María: ¡No, gracias!
Papá: “No te hagas la inocentona, María, vamos, únete a nosotros. Todos lo hacen. No te hará daño y te sentirás muy bien”.
María: No, gracias; yo cuido mi salud.
Papá: “Vamos, amiguita, te encantará; ya no seas, te quieres hacer la santita”.
María: ¡No necesito eso para divertirme, además, en el colegio ya nos han dicho el daño que nos hace!
Papá: “María, dame una sola buena razón para no hacer ni siquiera una prueba. ¿No crees que para conocer algo hay que probarlo? ¿No crees que sería divertido probar algo nuevo y distinto? ¿Tú no quieres ser una de esas solteronas aburridas, no es así?”.
María: ¡Creo que cada cual debe hacer lo que siente! Yo prefiero divertirme, estar en el campo, correr y pensar en el futuro.
Papá: María, esa es una respuesta muy bien dada: supiste soportar todas las insistencias sin siquiera enojarte con ellos.
María: ¡No fue tan difícil, papá!